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¿POR QUÉ SOMOS “MALOS” CON QUIEN NOS QUIERE “BIEN”?
Por Licenciada Diana Pérez Acosta
¿Se identificó con el título de estas líneas uno o varios de mis estimados lectores?... estoy segura que sí. Al inicio de las relaciones personales, sean amorosas o sólo físicas, legales o ilegales, hay rosas rojas sobre la mesa y palabras intensas y afectivas con mucha frecuencia, hay la identificación con el sentir o el hacer entre esas personas que sienten y creen ser las más afortunadas del mundo, el deseo del compromiso abierto o incluso, el compromiso a que aquello quede sólo entre dos… porque más de dos ya es un verdadero y auténtico escándalo… conforme va madurando aquél fruto exquisito, el degustarlo, saborearlo, meterle tremendas mordidas es un placer infinito que parece inmerecido y es, definitivamente subyugante… pero al final, casi siempre por uno de esos involucrados, lo único que se quiere es salir huyendo y salvar el pellejo… se terminan las rosas rojas, escasean los mimos y las palabras alegres y bonitas, las atenciones se van quedando en el olvido, como trapos usados llenos de polvo y de mugre y esa que parecía ser la mejor experiencia de nuestra vida, se convierte para uno de los involucrados en un nudo de llanto en la garganta que no se desata con nada, y se camina como un sonámbulo entre la gente, fingiendo una normalidad que está muy lejos de sentirse; el sueño abandona los ojos y la mente no descansa ni un momento, y precariamente se subsiste con un mínimo de respiración, porque el constante y profundo suspiro de la soledad absoluta abruma y tortura como un vidrio en el zapato que no podemos quitar. No queridos lectores, no hablo de mí, todos los santos y los diablos me libren de volver a vivir de esa manera, pero por lo menos alguna vez en la vida, nos ha tocado experimentar esa muerte en vida que es que la persona que queremos, que amamos, aunque esté mal o prohibido o sea cursi y tonto hacerlo, nos trate como dice la canción: “… la chancla que yo tiro, no la vuelvo a levantar…” así, indiferente e indoloramente, y en alguna otra ocasión, nos ha tocado ser los que no queremos, los que no amamos, los que simplemente somos malos, con quien nos quiere bien. En esas ocasiones, nos preguntamos, de un lado u otro, el por qué las relaciones personales o la vida, no es pareja, ¿por qué no nos quiere a quien queremos y por qué no queremos a quien nos quiere?... si alguien tiene una respuesta, que la comparta, que la patentice, que nos diga de una vez por todas el por qué de ese fenómenos triste y desagradable, que emana de nuestra humana naturaleza y que considero es un “sálvese quien pueda” de las cadenas invisibles de una relación cercana y personal que no tiene nada qué ver con status matrimonial o no, porque los sentimientos, las emociones, no dependen de documentos, sino que están en nuestro interior, creciendo amablemente algunas veces, y otras devorándonos el ánima como leones a las cebras en el Kalahari, y no precisamente para subsistir, sino para sentir que dejas de vivir. Cuando pasa el tiempo, y esas emociones tan fuertes desaparecen paulatinamente, MUY paulatinamente, pero no sin dolor o lágrimas, ves en retrospectiva y no sabes en realidad, para qué te arriesgaste de esa forma, para qué pusiste la cabeza en el cepo sabiendo que la ibas a perder… y acude a tu mente el pensamiento lógico… “eso de querer, de dar sin interés, de arriesgar tus emociones, simple y llanamente no sirve para nada…” sin embargo, esas emociones nos mantienen el espíritu vibrante y vivo, nos da el verdadero motivo para la existencia, es el móvil de levantarnos todos los días y enfrentar una existencia fuera de todo materialismo y simplicismo, es padecer el dulce insomnio de plácidamente revivir los besos, las caricias, las bellas palabras en la voz perfecta de aquélla persona que ocupa tu corazón; las relaciones sentimentales son siempre complejas y absorbentes, interesantes, las que son profundas son inigualables y llenan de recuerdos de todos colores y sabores nuestra existencia, sabemos que pueden ser sanas o insanas, pero eliminando las insanas, nos hacen reír a carcajadas, sonreír como el sol más brillante en el más terrible invierno, proyectarnos hacia la existencia presente y futura sin miedo, con esperanza y con el espíritu joven y renovado… ¿cursi?... tal vez… ¿verdad?... definitivamente verdad. ¿Puede alguien excluirse de esas vivencias, puede alguien no desearlas y buscarlas, puede alguien no quererlas?... me parece que no. La cosa es que como todo lo humano, tiene sus riesgos, y no se sustrae del egoísmo normal de nuestra alma perversa, somos individuos egoístas y tanto dar, simplemente nos agota. Alguna vez alguien le dijo a alguien más “tienes tanto para dar”, pero olvidó decirle que aunque se lo diera no lo valoraría cabalmente, cuando damos pretendemos que el otro sopese gramo a gramo lo que recibe, pero si recibimos, queremos más y más, hasta que el pozo claro y abundante va secándose poco a poco, hasta que no queda nada más que un hueco profundo y en ocasiones inmundo. Valoremos lo que recibimos y midamos lo que damos… tal vez no sea el consejo más desinteresado y noble, pero es el mejor consejo, porque como ya sabemos y lo tenemos bien experimentado, amamos de más y nos aman de menos, así que, hay que buscar la medida justa y adecuada para que no salgamos tan “raspados” al momento de caer en la cuenta que nuestra maravillosa y perfecta relación amorosa terminó y a veces no en muy buenos términos, porque mereciéndolo o no, cuando se rompe, no es posible que sea bonito ese rompimiento, ni mucho menos indoloro. Observemos los noviazgos de nuestros jóvenes, que sean sólo prácticas para algo mejor en el futuro, que no se llegue a los extremos de embarazos, matrimonios que producen hijos sin amor, matrimonios con violencia y divorcios de bronca, enseñémosles que es paso a paso, que es de acuerdo a la edad, que hay mucha vida y muchas personas para conocer, que es salir a caminar tomados de la mano, tomar una nieve o un refresco en el jardín principal, ver una peli en el cine con tremenda bolsa de palomitas, escribir empalagosas, largas y tiernas cartas de amor, emocionarse cuando suena el teléfono y es a ti a quien llama esa persona especial que te corta la respiración, mirarte una y otra vez y mil veces más al espejo para verte perfecto para la cita perfecta, que es también no vivir entre celos y malos entendidos, entre gritos y palabrotas, que no es el acoso, ni la violencia, ni el dinero, ni la farsa lo que te hará felíz, que puedes contar con ese alguien para que te escuche, para que te apoye, para que hagan juntos la tarea o tengan un proyecto es común, como construir un recuerdo perfecto e inolvidable, y que mientras se conserve pureza en el espíritu, habrá quién más corresponda de la misma manera, aunque siempre sigamos sintiendo que amamos a quien no nos ama, y nos ama quien no amamos. Saludos fraternos y hasta muy pronto.